jueves, 5 de febrero de 2009

Este escrito fue hecho en Diciembre de 2008, lo he rescatado de su propio olvido y dejado caer con cariño, como delicada pluma sobre aire que, en vaiven suave, lo posa sobre el suelo de mi blog. Con el amor, pasión y sinceridad que fue escrito aquí lo dejo.


Saludos flamencos. Por aquí estoy para narrar como pueda la maravillosa sensación que sentí este último domingo 9-12-08. Fue un día muy, muy placentero para mí que acabó en una sensación casi orgásmica. Porque para un apasionado por el Flamenco no hay cosa más maravillosa que escucharlo e interpretarlo entre cuatro paredes y con sonanta, y muy buena por cierto(gracias Corva), de por medio, como mandan los cánones. Y ¡como me sentí! ni más ni menos que escuchando a Diego Agujeta que son palabras mayores. Charlábamos y luego, un cantecito; vuelta a las palabras y.....ya estábamos otra vez con el cante. ¡Que cosa más grande dios mío! con una persona enormemente querida por mí a la que llamaré Luna(¿verdad Luna?), una guitarra suave, suave, tan suave que te mecía dulcemente montándote en sus notas, un compañero de cante que es el Cante, propiamente dicho, y gente escuchandocon ganas, como debe ser. Y por último también estuvo el buen vino de la tierra de por medio, en su justa medida, como para que se fueran las timideces. Y entonces........lo sentí: A mi boca vinieron cantes de ultratumba que, no se como ni por qué, empezaron a salir desde lo más hondo de mis recuerdos y saberes para mí muy dignos y bien. Y yo escuchaba en mis adentros las voces originales de los cantaores para luego, ¡oh asombro mío! salir de mi garganta. ¡Joder, que placer, como nos sentimos, que locura de momento! ¿verdad Luna?, Besos.
9 de diciembre de 2008

2 comentarios:

silvia zappia dijo...

En algún momento, la impronta genética, el inconsciente colectivo, el recuerdo ancestral, estalla en el pecho y libera la garganta.Eso es, (para mí), estar realmente vivo.Se está vivo sólo siendo continuidad de los ancestros.

Te dejo un gran beso, claro como el agua clara...

Rio abajo dijo...

Gracias por tus siempre amables palabras. Hay personas que nacen con las palabras en la punta de la pluma y para lanzarlas como dardos sobre el infinito del papel, fíjate si no nuestra querida Luna. Y hay otro tipo de persona que tienen la palabra en la música que del pecho sale a la garganta y de la garganta al aire para ser recogida por el oído que quiera hacerlo. Pienso, humildemente, que soy de estos últimos.
Ahora al hilo de tu beso claro, como el agua clara, quiero dedicarte este artículo, bellísimo, de Carlos Arbelo(crítico flamenco), a un gitano cantaor ya fallecido, gitano universal: Camarón de la Isla. Creo que esa noche tan especial que he narrado su espíritu estaba allí presente. IN MEMORIAN:
La noche del agua

Sobre la madrugada él se estaba muriendo y ella lloraba desconsoladamente. A mí la situación me sobrecogía, me creaba una profunda congoja saber que el final era inevitable. Sin embargo, en mi interior sonaban sin cesar el ritmo y las palabras de los últimos festivos tangos que él había cantado lleno de vida, y que habían sido especialmente compuestos para que él los transmitiera, con su voz cristalina, por su amigo Pepe: “¡Ay!, como el agua, como el agua, como el agua”.

Limpia del agua del río / como la estrella de la mañana / limpia del cariño mío / manantial de tu fuente clara. / ¡Ay! como el agua, como el agua, como el agua. /Como el agua clara/ que baja del monte / yo así quiero verte / de día y de noche./¡Ay! como el agua, como el agua, como el agua.
Llevaba horas escuchándolos en mi interior y, aunque quería apartar de mí las palabras y la música, no lo conseguía...

Con ese fondo musical, pensaba -mientras transcurrían minutos que se iban transformando en largas horas- que el agua siempre había sido un tema recurrente para José cuando cantaba. Y que resultaba toda una paradoja que en este último tramo de su vida, en mi mente sonara ese tema, cuando siempre había tenido para mí que hablar o cantar o decir el agua era decir la vida.

Su voz solía convocar a los ángeles con esos quiebros desgarrados e irrepetibles por ninguna otra garganta que no fuera la suya, con esa honda búsqueda para hacer emerger el dolor que tenían sus quejidos, la ternura casi maternal con que cantaba al amor, los larguísimos melismas que parecía nunca iban a concluir y aquella su risa -burlona y juvenil- que, al oírlo en los ritmos más alegres, lo habían convertido en el artista más aplaudido de su tiempo. Pero entonces, ahí, en ese preciso instante se estaba yendo y con él todo lo demás…

Su vida corría -como el agua- hacia un destino incierto, ¿sabía acaso que al igual que ella volvería? Quizás sí o puede que no: no obstante, había sido prácticamente un analfabeto que comprendió que cantarle al agua era cantar al nacimiento, al florecimiento de la vida.